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Apartado el libro infantil "Sabina y el Árbol del Arco Iris" Yuri Magnolia Arias Montenegro. Dibujo: Patricia Bermúdez


CORAZÓN DE TIEMPO LE CUENTA UNA HISTORIA A SABINA


Una vez en tierra, Sabina sólo dijo:
“Y bien, señora Corazón de Tiempo, ¿ahora qué?”.
“Ahora”, respondió la mujer, “debes conocer una historia para que sepas porqué estás aquí y lo que debes hacer”, se miraron a los ojos, a Sabina no dejaba de parecerle muy extraño como brillaban. Por otra parte, le gustaba que le contaran o leyeran historias, disfrutaba mucho cuando su papá o mamá sacaban un tiempito para hacerlo, empezó a decir:
“Entonces, señora…”, la mujer la interrumpió.
“Hagamos un trato, Sabina, tú me puedes llamar Abuela Tiempo, ¿está bien?”. “Fabuloso”, pensó Sabina, ella poco veía a sus abuelos, ellos vivían muy lejos, eso le pareció realmente bonito, tener una abuela cerca, aunque le hubiera parecido más natural que fuera algo como abuela María, porque Sabina no entendía mucho del tiempo, creía que eran las horas y los minutos, o lo que decían siempre sus padres, frases como “no tengo tiempo”, “se me hizo tarde”, o una que le caía más bien mal, que casi siempre le decían en las mañanas: “Apúrate Sabina, ya vas a llegar otra vez tarde a la escuela…”. Pensando en esto miró a la anciana y le dijo:
“Está bien, Abuelita Tiempo, cuéntame la historia”.
La anciana empezó a contar la historia:
“Sabina debes saber que hace mucho, mucho tiempo, muchas lunas atrás, los animales, las plantas, el agua, las montañas y los humanos vivíamos muy bien los unos con los otros. Todos hacíamos nuestras labores en armonía, todos nos amábamos, todos nos respetábamos, en fin cada uno hacía lo que tenía que hacer…”.         






Sabina no estaba entendiendo y ya el gato se había aburrido, por lo cual se había echado nuevamente en la cama.
“No entiendo”, dijo. La abuela sonrió
“Ya, Sabina, ya vas a entender”, y prosiguió.
“Los animales tenían un orden, por ejemplo, algunos animales son el alimento de otros, pero ningún animal se comía totalmente a ninguna especie, sino sólo lo que necesitaba para alimentarse, así ningún animal exterminaba a otro, lo mismo pasaba con las plantas. Los pájaros, por decir algo, bebían del néctar de las flores, pero también llevaban sus semillas que dejaban caer en tierra para que nacieran nuevas plantas”.
“Ya veo”, dijo Sabina, algo de eso había aprendido en la clase de ciencias naturales. “¿Y qué pasó entonces?, preguntó. Hasta ahora todo le parecía normal.
La anciana la miró y su rostro se ensombreció.
“Pasó que, en principio, todos los pueblos humanos estaban de acuerdo con esta regla, sabían que todas las plantas y animales eran sus hermanos naturales, entonces tomaban lo que necesitaban, dando también. Cuidaban del agua para ellos y para todos. Sembraban, tejían, construían casas y hacían algo que sólo ellos podían hacer: nombraban las cosas, cada pueblo según su lengua bautizaron a todos los animales, le dieron nombres a las plantas, porque los amaban, sabían que de ellos sacaban sus alimentos y aun los vestidos que necesitaban para no tener frío. También hicieron aparecer elementos sobre la tierra que ningún otro animal podía, el fuego fue el más importante”.
Sabina arqueó sus cejas, hasta ahí la historia no le parecía nada grave, interrogó: “¿Y entonces?”.         La mujer guardó un silencio preocupado…






“Entonces ocurrió, Sabina, que poco a poco los humanos fueron olvidando la regla sagrada de la naturaleza de no tomar más de lo necesario y de cuidar el agua, empezaron a matar más animales de lo debido, a cortar todos los árboles que veían a su paso, y a producir más desechos, con los cuales no sabían qué hacer, los cuales empezaron a ensuciar el agua. Luego, como los humanos saben hacer cosas, empezaron a inventar instrumentos y objetos, algunos muy buenos y necesarios, pero hacían más y más, rompiendo el equilibrio de toda la tierra…”.
“¡Ajá!”, dijo Sabina, “¿es malo hacer cosas?”.
“Oh, no”, respondió la mujer, “eso es una característica de los humanos, muy bella por cierto. Sólo que hicieron tantas y tantas cosas sin tomar en cuenta lo demás que habita con ellos en el planeta, que cada vez fueron necesitando más y más espacio, fueron tomando bosques enteros, montañas, valles, playas, y necesitaban más comida y más casas, así fueron matando animales, el agua empezó también a faltar y los pocos animales que quedaban se empezaron a ir a buscar refugio”.
A Sabina le parecía todo eso muy triste, pero seguía sin entender qué tenía que ver ella con todo eso. La abuela, que definitivamente leía la mente de Sabina como un libro abierto, sonrió, la miró fijamente, y prosiguió.
“Algunos pueblos de humanos nunca habían incumplido la regla, seguían viendo a los animales y las plantas como sus hermanos y a la tierra la llamaban Madre, pero esos pueblos también fueron amenazados por las tribus humanas que ya creían que toda la tierra había sido hecha sólo para ellos, por su superioridad, entonces algunos pueblos fueron exterminados, otros aún están sobre la tierra y a algunos de nosotros se nos dio la misión de venir a vivir aquí, dentro de la tierra, cerca de su corazón de fuego, para traer algunos tesoros y guardarlos a través del tiempo”.
“Qué bueno”, pensó la niña, “seguro tesoros como oro y joyas y otras cosas
valiosas”.           






La abuela, que seguía leyendo los pensamientos de Sabina, dijo:
“De esos que tú piensas, algunos. Oro, plata, joyas, pero sobre todo, nos trajimos otros tesoros mucho más valiosos”.
“¿Cuáles?”, preguntó Sabina con mucha curiosidad, a lo que la mujer sólo
respondió:
“Ven te muestro”.

LOS TESOROS GUARDADOS




La abuela condujo a Sabina por el resto de la casa, por unos cuartos circulares. En todos había fuego encendido, la anciana prosiguió la historia.
“Cuando los humanos olvidaron por completo la ley de la naturaleza, olvidaron también los sentimientos que están unidos a esta ley ”.
Sabina estaba tratando de entender, notaba que se repetía la palabra olvidar y pensó que tal vez ese olvido de los humanos sería como cuando a ella le preguntaba algo la maestra y justo en ese momento no podía decirlo, aunque ella creía saberlo. Esto siempre le pasaba con las tablas de multiplicar, la del tres la aprendía de memoria, su mamá se la repasaba, pero cuando la profesora le decía, Sabina dime la tabla del tres, ella empezaba 3 x 1 = 3, 3 x 2 = 6 y ya no se acordaba cómo seguía la cosa… Estaba pensando si de eso se trataba el olvido del que hablaba su Abuelita Tiempo cuando ella le dijo:
“Sí, Sabina, sólo que el olvido humano no fue en la memoria sino en el corazón”.
“Umm”, musitó Sabina, “¿qué cosas olvidaron?”. La mujer indicó a la niña un cofre.
“Mira, aquí por ejemplo están guardadas las palabras”. Sabina pensó: “Pero si eso no se ha olvidado, toda la gente habla y todo el tiempo además”.
La anciana sonrió.
“No son sólo palabras, son las palabras verdaderas, las dulces, las amorosas”. 






Luego la llevó a otro cuarto y le dijo: “Aquí está guardada la alegría…”.
Sabina entró y le pareció que sí, que ahí estaba la alegría porque de pronto empezó a cosquillearle el corazón, sus ojos brillaron y sonrió. A la vez, pensó: “Esto si está como medio olvidado, mi mamá y mi papá siempre están tristes, aunque no tanto como otra gente”, concluyó con alivio. Y pensó, “está olvidado pero no del todo”.
Inmediatamente, la mujer agregó: “No del todo, es cierto…”.
La llevó a otro cuarto.
“Este”, le dijo, “es el cuarto del color”.
“¡Qué bonito!”, pensó Sabina, porque habían muchas llamitas de todos los colores flotando en el aíre.
La anciana se dio cuenta de que ese era el cuarto y el tesoro que más había gustado a la niña, la tomó de la mano y le dijo:
“Ahora vamos al último cuarto que te voy a mostrar en esta ocasión”.
Sabina fue conducida a un cuarto que a diferencia de todos los demás no tenía nada de piedra, sólo una especie de vidrio igualito a la ventana por la que había entrado a ese mundo.
“¿Qué vidrio es ese?”, preguntó.
Mirándola a los ojos, la anciana respondió:
“Ese no es vidrio, Sabina, es cristal de sueño y este es el cuarto donde están guardados los sueños”.
“Ah, ya”, dijo ella, era lo único que decía cuando no entendía bien algo.
En el cuarto había una mujer dormida, sobre una cama hecha nada más de ese material llamado cristal de sueño. A la niña se le hizo muy parecida a la Abuela Tiempo, como si fueran gemelas.
“¿Quién es ella?”, preguntó casi gritando.






La Abuela Tiempo susurró: “Habla pacito, que la despiertas”.
Sabina volvió a preguntar, tan bajito que casi ni se le oía. “¿Quién es ella?”.
La Abuela Tiempo sonrió.
“Ella es mi hermana, Corazón de Sueño, también la puedes llamar Abuela Sueño”. Con la advertencia a la niña no le provocó llamarla de ninguna manera, podía despertarla y tal vez se pondría de mal humor.
“Ven”, dijo muy quedamente la Abuela Tiempo, “acerquémonos”.
Cuando estuvieron muy cerca de la Abuela Sueño, Sabina vio con claridad que encima de la mujer dormida, revoloteaba un colibrí de un verde brillante, pequeñito como de un dedo de largo.








“Qué lindo”, pensó, mas no dijo nada para no hacer ruido, además ya se había dado cuenta de que la Abuela Tiempo podía saber lo que ella pensaba, así lo corroboró cuando ella le dijo, en respuesta:
“Es bello de verdad”.
Sabina se preguntó cuál sería su nombre, inmediatamente la abuela tiempo se lo dijo:
“Es el Colibrí del Sueño, además de todo lo que hace le lleva los sueños a los humanos”.
Sabina pensó: “¿Qué hace aquí?”.
La anciana se agachó y miró a la niña directo a los ojos.
“Buena pregunta, no debería estar aquí sino allá arriba llevando los sueños a los humanos, esa es la razón por la que estás aquí, es hora de mostrarte”.








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