¿PARA QUÉ VENIMOS, PARA SUFRIR?
¿PARA QUÉ VENIMOS, PARA SUFRIR?
Nos duele, nos duele la sangre y la carne, ¿para qué nos
duele? Tal vez para aprender que al otro también le duele. Duele para que sepamos
que esa carne y esa sangre que está más allá de la punta de nuestros dedos, es
básicamente la misma sangre y la misma carne y también les duele. ¿Cómo
sabríamos del dolor de los otros sino fuera porque nuestros ojos los ven similares?
El dolor físico de alguna manera es inexplicable, duele la
materia que nos pertenece, que nombramos como “mío”. Sin embargo, cuando el
cuerpo duele, duele por sí mismo, no nos obedece, tal vez los grandes maestros
de la mente, logren controlar el dolor y dejarlo, desconectado, los otros, los que
pasamos por este mundo poco podemos hacer con ese dolor que se vuelve total, un
atrapamiento de la atención, tal vez porque ese cuerpo adolorido nos recuerda
que estamos de paso, que el cuerpo parece, que ese algo que es nuestro y la más
de las veces silencioso se va a algún lado.
En la mesa de operaciones solo cantaba mentalmente el Mantra
al Buda de la Medicina, y pensé” yo con lo que no puedo dormir será que me coge
la anestesia” …
Y me fui, Irse es tan fácil dejar esa piel allá abajo a su
suerte es tan fácil.
Lo siguiente que recuerdo es la voz de Cristina, mi amiga
Cristina, una suerte de ángel acompañante diciendo “Yuri , Yuri” y yo, yo que
tengo la imagen de estar viendo a través de una cornisa un jardín de plantas
verdes y brillantes y musitar “ ¿qué soñaba, que fue lo que soñé? Y Cris,
diciendo, no importa, eso no importa…de ahí para allá es solo cuerpo, cuerpo
sobreviviente, cuerpo que tiene mi nombre, cuerpo, que duele, cuerpo guerrero
que no quiere quedar vacío, el cuerpo que no entiende, el cuerpo frágil que se
queda en este mundo con sus capacidades menguadas… el cuerpo que nos hace ser
quien somos mientras somos, el cuerpo que teme, el cuerpo del ser persona,
sujeto que va por el mundo amado o no amado, en mi caso, amado.
Dicen los budistas, que es una suerte nacer humana, ¡vaya
suerte me repito! En este cuerpo que duele, en este azaroso vivir según las
circunstancias, pero sí, los Dioses no sufren y entonces no saben para qué habrían
de sentarse a contemplar su mente, o no saben del dolor de los otros porque su
vida es demasiado dichosa para conocer o recordar que sufrieron. Y los animales
padecen su devenir sin mucho libre albedrío, así que parece que es una suerte
nacer en un cuerpo que duele y con libre albedrio para decidir algún día dejar
de sufrir.
Veo a estos seres que se dedican al servicio de cuidar a los otros mientras
sufren enfermedad y curarlos, médicos y enfermeras, como si fueran un micro
reflejo de los Bodisatva, Budas iluminados que deciden volver hasta que no se
haya liberado el último de los seres sintientes.
Ahora no sé como quedará mi
cuerpo y qué pacto mi alma y cuánto y de qué manera habré de salir de
esta o no salir de esta, o salir de la próxima o no, solo sé que este cuerpo
amado, y no amado que me dejó conocer con mis ojos y que ama a tantos otros,
recibe bondad, mucha bondad, bondad que también doy, como una gran cadena de
afectos que se multiplicarán hasta que algún día, vuelva a ese
jardín que quería conservar de mi viaje fuera de mí. El sufrimiento al parecer no es un castigo,
es un espacio tiempo para sabernos mortalmente eternos con otros, para descubrir
la compasión.
Nos duele, nos duele la sangre y la carne, ¿para qué nos
duele? Tal vez para aprender que al otro también le duele. Duele para que sepamos
que esa carne y esa sangre que está más allá de la punta de nuestros dedos, es
básicamente la misma sangre y la misma carne y también les duele. ¿Cómo
sabríamos del dolor de los otros sino fuera porque nuestros ojos los ven similares?
El dolor físico de alguna manera es inexplicable, duele la
materia que nos pertenece, que nombramos como “mío”. Sin embargo, cuando el
cuerpo duele, duele por sí mismo, no nos obedece, tal vez los grandes maestros
de la mente, logren controlar el dolor y dejarlo, desconectado, los otros, los que
pasamos por este mundo poco podemos hacer con ese dolor que se vuelve total, un
atrapamiento de la atención, tal vez porque ese cuerpo adolorido nos recuerda
que estamos de paso, que el cuerpo parece, que ese algo que es nuestro y la más
de las veces silencioso se va a algún lado.
En la mesa de operaciones solo cantaba mentalmente el Mantra
al Buda de la Medicina, y pensé” yo con lo que no puedo dormir será que me coge
la anestesia” …
Y me fui, Irse es tan fácil dejar esa piel allá abajo a su
suerte es tan fácil.
Lo siguiente que recuerdo es la voz de Cristina, mi amiga
Cristina, una suerte de ángel acompañante diciendo “Yuri , Yuri” y yo, yo que
tengo la imagen de estar viendo a través de una cornisa un jardín de plantas
verdes y brillantes y musitar “ ¿qué soñaba, que fue lo que soñé? Y Cris,
diciendo, no importa, eso no importa…de ahí para allá es solo cuerpo, cuerpo
sobreviviente, cuerpo que tiene mi nombre, cuerpo, que duele, cuerpo guerrero
que no quiere quedar vacío, el cuerpo que no entiende, el cuerpo frágil que se
queda en este mundo con sus capacidades menguadas… el cuerpo que nos hace ser
quien somos mientras somos, el cuerpo que teme, el cuerpo del ser persona,
sujeto que va por el mundo amado o no amado, en mi caso, amado.
Dicen los budistas, que es una suerte nacer humana, ¡vaya
suerte me repito! En este cuerpo que duele, en este azaroso vivir según las
circunstancias, pero sí, los Dioses no sufren y entonces no saben para qué habrían
de sentarse a contemplar su mente, o no saben del dolor de los otros porque su
vida es demasiado dichosa para conocer o recordar que sufrieron. Y los animales
padecen su devenir sin mucho libre albedrío, así que parece que es una suerte
nacer en un cuerpo que duele y con libre albedrio para decidir algún día dejar
de sufrir.
Veo a estos seres que se dedican al servicio de cuidar a los otros mientras
sufren enfermedad y curarlos, médicos y enfermeras, como si fueran un micro
reflejo de los Bodisatva, Budas iluminados que deciden volver hasta que no se
haya liberado el último de los seres sintientes.
Ahora no sé como quedará mi
cuerpo y qué pacto mi alma y cuánto y de qué manera habré de salir de
esta o no salir de esta, o salir de la próxima o no, solo sé que este cuerpo
amado, y no amado que me dejó conocer con mis ojos y que ama a tantos otros,
recibe bondad, mucha bondad, bondad que también doy, como una gran cadena de
afectos que se multiplicarán hasta que algún día, vuelva a ese
jardín que quería conservar de mi viaje fuera de mí. El sufrimiento al parecer no es un castigo,
es un espacio tiempo para sabernos mortalmente eternos con otros, para descubrir
la compasión.
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