Miro una estrella que nunca he sabido si
está en los cielos o en mi mirada, si es parte de un sueño que tuve cuando era
niña, o surgió cuando la escribí en un cuento, en ese entonces, mis primeros deseos de verme con la muerte.
Miro esa estrella y miro el fuego y el
agua, que les pongo a estos seres que espero sí existan: Los Budas de la
Compasión y de La Medicina. No afirmo su existencia, ni la niego, pues no soy
creyente, ni pregonera de credos. Solo espero que existan y me relaciono con
ellos como si existieran. Les hablo, les
hablo en este soliloquio en el que me hablo, me hablo y me escribo, para oírme
afuera de mí, para que mi mente guarde un poco de silencio.
Espero que existan por mí y para otros
seres, un Buda que siente compasión y un Buda que sabe que estamos enfermos. No
soy budista, no tengo credo, pero estos seres, estos Budas, espero que existan.
Y lo espero, porque me calma el alma creer que hay seres
que me miran y miran a todo ser viviente, a esta humanidad
dolida, entendiendo que devenir
carne siendo espíritu resulta como caminar
en una cumbre escarpada, que al final es una abismo al que debemos
arrojarnos
Descubro, que si tengo un credo. Creo que
tengo espíritu y que devine carne. Tengo o Soy, Soy Espíritu, y nombro a Un
Gran Espíritu que en nada se me figura como a un Dios, que todo lo puede y todo
lo hace.
Un Espíritu que por algo deviene materia,
como si el aire deviniera roca, roca dura, roca fría, como si el agua deviniera
hielo, hielo duro, hielo frío.
Ensueño que estos Seres existen, que en
su grandeza, en la grandeza que da el
haber sido materia, y siendo materia lograron volverse espíritu, recuerdan el frío del hielo y la roca, y por
eso, nos tienen compasión y saben que estamos enfermos.
La vida es espíritu y materia y de la
muerte nada puedo decir, porque no la recuerdo o no he estado en ella, o más
bien porque me parece que tan cerca del espíritu está, que describirla es solo posible en el rezo o
el sueño.
Tener compasión, creo que es la máxima aspiración
que puede tener un ser encarnado, llegar a tener compasión, sería más preciso
decir, que en nada se parece a la lástima o
a la victimización, tener compasión, así como lo veo en la imagen, es
saber que estamos encima de un lodazal y
necesitamos crear una Flor de Loto, para poder cuidarnos y cuidar. Tener
compasión de esta vulnerabilidad que da tener carne; estar encarnados, de nuestro tener frío y
hambre, de necesitar, huérfanos, alguien quien nos quiera y nos de la mano, nos
limpie el llanto sin emitir juicio.
Tener compasión, de nuestro olvido de la
palabra como remedio, del drama que nos habita, sin juzgar si este es grande o
pequeño. Tener compasión, es la máxima aspiración de un ser encarnado, y es
imposible sentir compasión por los otros, si antes no la sentimos por este ser
que está en mí cuerpo. Y por el cuerpo mismo, que a veces parece que es lo único que soy y somos. Ese cuerpo que
expresa el alma y el espíritu, o el alma que es espíritu. El cuerpo que nace y
que un día muere, el cuerpo que enferma y que llora, el cuerpo que es materia y
tal vez es la forma de ser del Espíritu en esta roca y este hielo.
Tener compasión también es reír porque
salió el sol y que por fin llueve, o ver las flores coloridas
mientras caminamos conteniendo el llanto.
Tener compasión, es saber que tenemos límites, que no podemos
con todo, que a veces es imposible sanarse, curar las heridas, que la historia
se irá así, sin triunfos, sin victorias que lucir al final.
Ver y mirar, mirarnos. Imposible mirar a
otros con los ojos de la compasión, si antes no nos miramos en este viaje que
hacemos tan a ciegas, tan sin saber a dónde vamos o por qué vamos.
Nacimos y ya el viaje es inevitable,
apenas somos esta carne y este ser que nos habita, al que llenan de exigencias, como si ya el vivir no fuera suficiente,
debemos ser, ser mil cosas, ser mil Entes.
Además, debemos sanarnos, eso dicen,
¿Quién lo dice? Está implícito, este mundo no acepta seres enfermos, seres
dolidos, seres vulnerables, este mundo nos grita que seamos perfectos,
correctos, sanos, fuertes, triunfadores, superados, sin heridas, sin traumas,
sin depresión, correctamente adaptados.
Sueño que el Buda Azul, el de la Medicina
existe, al igual que el Buda de la Compasión
y me ve y sabe de todas mis enfermedades,
pero es consciente, porque fue un hombre,
que la enfermedad es una
condición inevitable en este mundo donde el Espíritu se hizo Carne. Y no me
juzga, no me acosa para que sane, ninguno de los dos Budas me imponen correr la maratón de los “sanados”,
de los superados, de los que lo
lograron.
El Buda de la Medicina, el Buda Azul, y
el de la Compasión con los
que yo hablo, son Budas compasivos, son sanadores
que no odian lo enfermo, que al final ven que lo enfermo y lo sano en
este devenir carne, no se distinguen, su distinción muchas veces surge de la
mirada no compasiva que juzga desde el lugar
de la superioridad, que señala: “Estas enfermo”.
Espero que estos seres existan y que existan para todos, que existan para mí y nos sequen las lágrimas sin juzgarnos, nos den cobijo para el frío, un alimento caliente para el hambre y un abrazo para la soledad.

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